viernes, 18 de septiembre de 2015

¡Ma, ingresé!


Martes por la mañana, aún me recuperaba de la noticia que San Marcos me dio un domingo por la noche. Me costaba creer que la universidad en la que siempre quise estar me cerrara las puertas por cuarta vez.
Aquel martes, más calmada y con los ánimos repuestos, decidí abrir mis redes sociales y conversar con una amiga que también había postulado a Ciencias de la Comunicación y que al igual que yo no había alcanzado vacante. Quería preguntarle qué pensaba hacer, si iba a seguir preparándose o si había pensado en otra opción. Ella me comentó que había tomado la decisión de postular a Villarreal y que sus padres la aceptaron, ya tenía el dinero para conseguir su carpeta así que solo le quedaba estudiar. Entonces me di cuenta que yo tampoco podía quedarme atrás, ¿por qué cerrarme en una sola opción? ¿Por qué no intentar en otra universidad?, me había preparado 2 años y deseaba tanto empezar mi carrera que me sentía lo suficientemente capaz para enfrentar otro examen. No lo pensé más, les comenté a mis padres y ellos lo aprobaron.
Me quedaban solo dos semanas. En la primera hice los trámites necesarios, fue toda una odisea. En primer lugar porque las carpetas ya se habían agotado pero recordé que una compañera de la academia había comprado el de Villarreal y el de San Marcos, por suerte ella sí ingresó a la “Decana de América” así que me vendió su otro prospecto; y en segundo lugar porque coloqué mal uno de los códigos que pedían en mi inscripción, creo que esa fue la situación más desesperante que he pasado en mi vida. Faltaba solo un día para registrarme y la página no reconocía el código. Al día siguiente (último día) me levanté temprano para ir a las oficinas de admisión, ya no aguantaba más; pero primero hice una llamada y me dijeron que por ser sábado las oficinas no atendían. Sentí que mi mundo se venía abajo. Frente al teléfono, nuevamente revisé todos los folletos y noté que había dos códigos, uno de la carpeta y otro del boucher. Mi mundo volvió a su lugar. Descubrí que había confundido el orden de los códigos así que fui corriendo al internet de la esquina; pero para rematar mi mala suerte, al llegar me encontré con el local cerrado. Era el único cerca, solo esperé el medio día y me inscribí sin ningún problema.       
La segunda semana me pasé resolviendo exámenes de admisión sin cansancio. Faltando dos días para el examen, “celebré” mi cumpleaños en una maratón nocturna que un amigo del barrio tenía en su Pre. Sí, “celebré” mi cumpleaños estudiando de 9:00pm a 7:00 am. Una locura total. ¿Quién se amanece estudiando el día de su cumpleaños? Con todo esto sentía en un 60% que tenía que ingresar.
Llegó el día, mi papá me acompañó hasta El Agustino. Estuve tranquila. Sin sentimientos y con total frialdad rendí mi examen de admisión, ¿qué más podía esperar después de todo lo que pasé? Solo ingresar y punto. En la noche, como no tenía donde ver los resultados (no tenía computadora y mi celular solo entra a Facebook), le di mi código a un amigo y le dije que me mandara un mensaje ni bien los viera en internet.
Eran las 6:29am del lunes, desperté segundos antes de que mi celular sonara. Me llegó un mensaje. Lo abrí y leí: “Cachimbaaaaa!”. Rápidamente me conecté a Facebook. No lo podía creer hasta que mi amigo me mandó la foto de los resultados. Con la prueba en manos fui a despertar a mi papá. “¡Papá, ingresé!” Ni bien abrió los ojos se lanzó hacia mí y me abrazó, “Te lo dije, Cris; te lo dije. Felicidades hijita”. Emocionados y a punto de llorar, bajamos velozmente las escaleras. Mi mamá se encontraba haciendo sus ejercicios matinales en la sala. ¡Ma! -la llamé-. ¿Qué pasó? -Salió preocupada-. ¡Ma, ingresé! Su mirada lo expresó todo, no fue necesario hablar. Me abrazó.